
En el comedor había un gran equipo de música, de madera, con una tela labrada cubriendo los altavoces. De niñita, me sentaba en el suelo para escuchar mi canción favorita. Más tarde, a lo largo de mi vida, su estribillo "¡Qué lindas las mañanitas que cantaba el rey David..." fue un motor de alegría enlos momentos bajos, un estímulo retumbón, espiritual. Y lo sigue siendo. Viene de lejos y de antiguo, mi Rey, del corazón de los misterios.